El Demonio siguió con vida.

El demonio siguió con vida. Creímos verlo morir, agarrar su pistola y ahogarse en el charco de su propia sangre tras estallarse la cabeza.

Pero, de alguna extraña forma, consiguió sobrevivir arrastrándose debajo nuestro. Como un virus de letal evolución, mutó y se camufló entre la gente. Solía disfrazarse de águila, con gorra de plato, y botas militares; con la cola descubierta y presumiendo con soberbia los cadáveres que colgaban de sus manos ásperas y funestas. Pero descubrió en las banderas de la democracia, las tradiciones y la moral, la máscara perfecta para comenzar a operar desde un nuevo perfil. Cambió el uniforme y las insignias por camisa y mocasines, aprendió palabras gentiles, y se instaló sigilosamente en la cultura, en la sociedad y la mente.

Entonces, de manera tan silenciosa como paulatina, el demonio atravesó el Atlántico. Se ha vestido con los mismos colores que Lincoln, ha caminado por los mismos pasillos que Teddy Roosevelt, reinstaló el infierno en el Amazonas, voló la cabeza de Allende, y sembró la semilla de la guerra con arma de fuego en el pecho de Gaitán. El demonio llegó a la tierra de los Piel Roja, los Mayas, Aztecas e Incas; de la diversidad y libertad, dónde Gaia era la única entidad a quién rendir pleitesía.

El demonio siguió con vida, y es frustrante. El monstruo al que creíste enterrar consiguió regresar, y te pisa los talones. Lo supe en cuanto dí un vistazo afuera: la represión se volvió más rentable que el bienestar, los que protestan causaron más indignación que la injusticia social, y la esperanza de vida cambió a razón del género o color de piel.

¿En qué momento lo dejamos entrar?. ¿Lo hizo en el mismo barco con Cortéz o Colón?. ¿O quizá fue el invitado estelar de Videla y Pinochet?. ¿Quién lo ha invocado?. Me mantendré despierto haciéndome estas preguntas una y otra vez; golpeando la piedra hasta encontrar lo que esconde en el centro. 

Porque desde que supe que el demonio se mudó a la casa de al lado, no he vuelto dormir tranquilo.


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