Nunca cesó la horrible noche.
"Llega un momento en que el funcionamiento de la máquina se vuelve tan odioso, te enferma tanto el corazón, que no puedes participar, ni siquiera de forma pasiva. Y tenemos que poner nuestros cuerpos sobre los engranajes, las ruedas y las palancas, sobre todos los aparatos, y hacer que se detenga. Tenemos que indicarle a aquellos que la dirigen y controlan: ¡La máquina no podrá volver a funcionar hasta que seamos libres!".
-Mario Savio, 1964 (Traducción libre).
Quizá por ser consciente de ello es que simplemente no puedo pasar por alto cuando me entero de ciertas cosas que suceden a mi alrededor, bajo ese argumento egoísta de "pero podríamos estar peor". No puedo, juro que no puedo no decir nada, quedarme tocando la guitarra o escuchando música para escribir sobre ello porque, entre otras cosas, en días como estos no tengo ánimos, ni cabeza, ni aliento.
En mi mente solo ronda una cuestión: ¿cuáles serían las razones con las que alguien justificaría apagar la vida de un chico de 15 años?. No he podido hallar la respuesta, y creo que nunca lo haré; es que yo a esa edad ni siquiera conocía el sonido de una bala. Veo las fotos de una reunión de chicos y chicas pasando tiempo juntos y me duele saber que otra vez el estruendo de esos años oscuros simplemente los borró; ¿han pensado en cuántas veces nosotros hemos sido esa foto?, la del grupo de amigos sentados al rededor de una mesa con cerveza, con canciones que oíamos en los viejos tiempos y riéndonos de todas las cosas que pasamos juntos. Pero esta vez, de un momento a otro: oscuridad. Sangre. La mirada inexpresiva de quienes ya no pueden sonreír.
Quisiera poder decir que esta fue la gota que colmó el vaso, pero lo cierto es que la copa se llenó hace mucho tiempo, en una espiral de indiferencia, codicia y lesa humanidad. Entonces quiero saber: ¿Qué tiene que pasar para que digamos "hasta aquí"?, ¿hasta dónde es nuestro límite?. Somos capaces de compadecer e incendiarnos ante el dolor de nuestros vecinos, pero inútiles para ver el infierno en que han convertido nuestro propio hogar, y aclaro; yo soy el primero en criticar tanto las violaciones de derechos en Venezuela y Rusia, como el neofascismo salvaje y autoritario de Trump, Piñera y Bolsonaro (por si algún tibio quiere a tildarme de polarizador), sin embargo, nada de eso se compara a la proto-dictadura paramilitar y sanguinaria a la cuál el pueblo colombiano ha sido sometido.
Le pido a todos aquellos que sí tienen algo a lo cuál rezar, que no paren de hacerlo. Por pesimista que suene, posiblemente no hemos llegado la peor parte. Las cifras de asesinatos vuelven a dispararse (nunca mejor dicho) a niveles terroríficos, los más altos de la última década, todo porque hace 2 años decidimos regresar al poder a ese partido que supuestamente iba a traer un mejor futuro para todos, futuro que no aún no alcanzo a ver, señores uribistas. En Colombia está resurgiendo un fantasma; el de la gente que justifica las masacres "con criterio social", que elimina a todo aquello que tenga un color distinto al suyo, y que saldrán a defender "con armas si es necesario" a su líder. Y vaya que lo están cumpliendo. El problema, mis queridos conservadores es que eso tiene un nombre propio: genocidio.
He leído a muchos pidiendo una revuelta nacional hasta que el gobierno dé respuestas; respuestas que sabemos que jamás llegarán, pues parece que todo el mundo conoce a los responsables, a excepción de nuestro presidente: un clientelista irracional que no se avergüenza de evidenciar lo poco que le interesa la vida de sus ciudadanos, y que solo gobierna para sus amigos. Iván Duque tiene solo un dios, y está dispuesto a sacrificar vidas humanas en su nombre.
Admito que escribo esto con cierto temor, recordando la cara de mi madre cada vez que me ve saliendo de casa. Me duele que ella tenga que vivir con miedo por mis opiniones en contra de quienes nos gobiernan, pero me ganan las memorias de los que ya no están. Todas y todos aquellos a quienes desparecieron, secuestraron, violaron y callaron, no necesitan ni un solo minuto de nuestro silencio. Por el contrario, todo el ruido posible, toda nuestra rabia, y todo el ardor de nuestros corazones.
Con toda la tristeza e ira: Sebastián.
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